Sobre los jugadores menores de 23 años están todas las miradas de los aficionados. Habíamos dicho que sucedería así y que serían escrutados con buenos y malos ojos.
Ser pelotero en un país beisbolero significa estar expuesto a esa observación crítica. Pero creo que eso es una fortaleza, hay mucha sabiduría popular que no debe ser desaprovechada por quienes tienen la importantísima encomienda de conducir los hilos de este deporte.
Las primeras subseries del certamen no nos han dejado muy buenas noticias. En 32 desafíos el pitcheo lanza para 3.40 carreras limpias por juego, indicador que pudiera clasificar como aceptable, pero que al tener frente al casi jugador y medio embasado por inning por parte de los lanzadores, comienza a ser bien preocupante. Y es que los lanzadores otorgaron en esa cantidad de juegos 228 bases por bolas, a más de siete por encuentro. Si a eso sumamos que otros 62 entraron en circulación por pelotazos, los pitchers enviaron a las almohadillas a 290 bateadores. Es decir, a nueve por choque.
Si lo combinamos con la cantidad de hombres que llegaron por error (100), la química es explosiva, pues el resultado es que no hace falta batear mucho (se compiló un discreto 266) para fabricar la friolera de 283 anotaciones, casi nueve por cotejo. Ojo, del total de registros en home, 78 fueron por las pifias de los defensores. Sobra decir que el promedio defensivo fue anémico (960).
Algunas de esas cifras explican por qué partidos, como el último entre Santiago de Cuba y Holguín transmitido por la TV, alcanzó las cinco horas, tres de ellas para las cinco primeras entradas. La verdad es que hay que armarse de un estoicismo singular para estar frente a la pantalla o en la grada todo ese tiempo, presenciando la avalancha de 24 boletos, cuatro errores y cinco wild.
Por lo que representan el esfuerzo, el empeño y la disciplina, siempre he tenido presente una frase del escritor y piloto francés Antoine de Sain-Exupéry, quien nos regalara esa sensible y aleccionadora obra que es El Principito. Dijo él: «hay que soportar las orugas para ver las mariposas». Podríamos afirmar que estos muchachos tienen que pasar por estos pasajes en aras de convertirse en las estrellas del futuro, si no fuera porque ya a esta edad hay elementos muy difíciles de corregir, los cuales debieron aprenderse y aprehenderse, en tiempos del Principito.
El tema es recurrente. Ni la Sub-23 ni la Serie Nacional o el torneo que tengamos como élite son de aprendizaje, aunque cualquier edad es buena para aprender. Si no se llega a esos momentos con un volumen de partidos considerables, ni se fijan los hábitos ni los elementos técnicos, que en un deporte como este, eminentemente táctico, están subordinados a ese último patrón, no tendremos pelota. Si no se juega, y mucho, en las categorías pequeñas, no podemos pedirles solvencia en un terreno a los de 20 años.
Revisando el calendario de las categorías Sub-12, Sub-15 y Sub-18, ninguno de ellos pasa de 36 partidos. En la primera, son siete en preliminares y si el equipo clasifica, cinco más y ya. En la segunda (36) y la tercera, tampoco rebasa ese número. La Sub-23 plantea 40 en su esquema regular, también insuficiente. En ella es donde se deberían jugar los 90 juegos, porque si muchos de ellos asumen la Serie Nacional, repetiríamos las mismas falencias.
De otro lado, nada despreciable, está la motivación. Hay que arropar a esta lid como la más importante. No permitirnos que un equipo como Granma, llegue al juego inicial sin sus pantalones. Yosvani Aragón, director nacional en funciones, nos explicó que fue un error de quien recogió los uniformes de esa provincia, pues todo estuvo a punto para el estreno de la Serie. Las condiciones de vida, del terreno, de alojamiento, han de ser las mismas que en la Serie Nacional. También la divulgación en los medios. Ellos son el futuro. Volvamos a la frase de Antonio Becali, presidente del Inder: «La sub-23 tiene que convertirse en una competencia de primer nivel del béisbol cubano». Hagámoslo por el bien de la pelota.
Ser pelotero en un país beisbolero significa estar expuesto a esa observación crítica. Pero creo que eso es una fortaleza, hay mucha sabiduría popular que no debe ser desaprovechada por quienes tienen la importantísima encomienda de conducir los hilos de este deporte.
Las primeras subseries del certamen no nos han dejado muy buenas noticias. En 32 desafíos el pitcheo lanza para 3.40 carreras limpias por juego, indicador que pudiera clasificar como aceptable, pero que al tener frente al casi jugador y medio embasado por inning por parte de los lanzadores, comienza a ser bien preocupante. Y es que los lanzadores otorgaron en esa cantidad de juegos 228 bases por bolas, a más de siete por encuentro. Si a eso sumamos que otros 62 entraron en circulación por pelotazos, los pitchers enviaron a las almohadillas a 290 bateadores. Es decir, a nueve por choque.
Si lo combinamos con la cantidad de hombres que llegaron por error (100), la química es explosiva, pues el resultado es que no hace falta batear mucho (se compiló un discreto 266) para fabricar la friolera de 283 anotaciones, casi nueve por cotejo. Ojo, del total de registros en home, 78 fueron por las pifias de los defensores. Sobra decir que el promedio defensivo fue anémico (960).
Algunas de esas cifras explican por qué partidos, como el último entre Santiago de Cuba y Holguín transmitido por la TV, alcanzó las cinco horas, tres de ellas para las cinco primeras entradas. La verdad es que hay que armarse de un estoicismo singular para estar frente a la pantalla o en la grada todo ese tiempo, presenciando la avalancha de 24 boletos, cuatro errores y cinco wild.
Por lo que representan el esfuerzo, el empeño y la disciplina, siempre he tenido presente una frase del escritor y piloto francés Antoine de Sain-Exupéry, quien nos regalara esa sensible y aleccionadora obra que es El Principito. Dijo él: «hay que soportar las orugas para ver las mariposas». Podríamos afirmar que estos muchachos tienen que pasar por estos pasajes en aras de convertirse en las estrellas del futuro, si no fuera porque ya a esta edad hay elementos muy difíciles de corregir, los cuales debieron aprenderse y aprehenderse, en tiempos del Principito.
El tema es recurrente. Ni la Sub-23 ni la Serie Nacional o el torneo que tengamos como élite son de aprendizaje, aunque cualquier edad es buena para aprender. Si no se llega a esos momentos con un volumen de partidos considerables, ni se fijan los hábitos ni los elementos técnicos, que en un deporte como este, eminentemente táctico, están subordinados a ese último patrón, no tendremos pelota. Si no se juega, y mucho, en las categorías pequeñas, no podemos pedirles solvencia en un terreno a los de 20 años.
Revisando el calendario de las categorías Sub-12, Sub-15 y Sub-18, ninguno de ellos pasa de 36 partidos. En la primera, son siete en preliminares y si el equipo clasifica, cinco más y ya. En la segunda (36) y la tercera, tampoco rebasa ese número. La Sub-23 plantea 40 en su esquema regular, también insuficiente. En ella es donde se deberían jugar los 90 juegos, porque si muchos de ellos asumen la Serie Nacional, repetiríamos las mismas falencias.
De otro lado, nada despreciable, está la motivación. Hay que arropar a esta lid como la más importante. No permitirnos que un equipo como Granma, llegue al juego inicial sin sus pantalones. Yosvani Aragón, director nacional en funciones, nos explicó que fue un error de quien recogió los uniformes de esa provincia, pues todo estuvo a punto para el estreno de la Serie. Las condiciones de vida, del terreno, de alojamiento, han de ser las mismas que en la Serie Nacional. También la divulgación en los medios. Ellos son el futuro. Volvamos a la frase de Antonio Becali, presidente del Inder: «La sub-23 tiene que convertirse en una competencia de primer nivel del béisbol cubano». Hagámoslo por el bien de la pelota.