¿Saben ustedes que pasa en 396 milisegundos?, es el tiempo que demora una pelota de beisbol en llegar al home plate cuando es lanzada a una velocidad de 100 millas por hora. Un lanzamiento duro, lanzado a 92 millas por hora, se demora en llegar 450 milisegundos, ¿Cuál es la diferencia?, es abismal, como la noche y el día, un metro de diferencia. O sea, es un tiempo de respuesta crucial.
La bola que va a 100 millas por hora, se está acercando a esa división donde es fisiológicamente imposible planear la reacción voluntaria basado en la información de la bola.
Cuando el lanzador inicia sus movimientos para lanzar, a medida que su brazo se desplaza, el cerebro del bateador puede hacer una pequeña predicción estimada de la trayectoria de la bola antes de que deja la mano del lanzador. La recta que viene a la velocidad de 100 millas, es más rápida que un parpadeo, literalmente, o sea, si parpadeas, no la ves, ya paso. Viene tan rápida que no se puede seguir con los ojos toda su trayectoria.
Los ojos se adelantan al lugar donde esperas ver la bola, es un intento por predecirla, luego hay un par de cientos de milisegundos para elegir el siguiente lugar en el que pondrás los ojos y justo a la mitad de la trayectoria tenemos un vistazo de la bola.
Ahí está el punto de decisión, el planeamiento del swing comienza en ese momento, si el bateador está acostumbrado a ver una bola de 90 millas por hora, esa predicción te pondrá donde estaría la bola si viaja a esa velocidad, se mueven los ojos hacia donde la bola de esa velocidad estaría.
Pero cuando la bola viene a una velocidad de 100 millas por hora, abandona la mano del lanzador, miras donde debería estar y no está, y desde tu perspectiva es como si desapareciera. Desapareció. Cuando la bola llega a los 50 pies, se desaparece. El cerebro manda la orden de hacer el swing, y se abanica, sin encontrar el punto de contacto.
Un cerrador que lanza a 100 millas por hora, no le da el tiempo necesario a un bateador a realizar ajustes en el swing, en tres, cuatro o cinco lanzamientos, es muy difícil ajustar, planear y cambiar, para buscar efectividad.
La bola rápida es el arma más mortífera de los lanzadores en el beisbol, un buen bateador puede hacer ajustes, y aunque se esté acercando a sus límites de reacción humana, la puede conectar. Pero por supuesto, en un solo turno al bate, las probabilidades de la efectividad de sus ajustes, son muy pocas. He ahí el éxito de los lanzadores supersónicos, sobre todo los que alcanzan las 100 millas por hora, por eso los cerradores que lanzan a esas velocidades, utilizan esta arma en más del 85 porciento de las veces, es suficiente, y efectivamente letal.
La bola que va a 100 millas por hora, se está acercando a esa división donde es fisiológicamente imposible planear la reacción voluntaria basado en la información de la bola.
Cuando el lanzador inicia sus movimientos para lanzar, a medida que su brazo se desplaza, el cerebro del bateador puede hacer una pequeña predicción estimada de la trayectoria de la bola antes de que deja la mano del lanzador. La recta que viene a la velocidad de 100 millas, es más rápida que un parpadeo, literalmente, o sea, si parpadeas, no la ves, ya paso. Viene tan rápida que no se puede seguir con los ojos toda su trayectoria.
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