Cuba no estará en el próximo Mundial sub-23 de béisbol. No clasificó. En otros tiempos hubiera sido un terremoto nacional; que una selección de nuestro país quedara fuera de un podio o incluso, sin el oro en el cuello, era suficiente para que la tierra se abriera y se tragara a más de uno. Ahora no es así. Con tantas derrotas seguidas, ya la gente no sufre igual esos movimientos telúricos de nuestro deporte nacional. Y eso no es saludable.
Al Panamericano de la categoría se llevó un equipo integrado por los mejores atletas disponibles. Con Víctor Víctor Mesa, ausente por lesión, y Leonel Segura, debido a decisiones de los estrategas al conformar la nómina, el resultado no creo que hubiera sido otro, pues las debilidades exhibidas en el certamen fueron de esencias, de conceptos, de formación, de cómo entender y jugar este deporte.
A Panamá acudieron las potencias del área (excepto Estados Unidos y Canadá, elencos que ya tienen su tique para la cita del orbe de 2018) con grupos de muchachos talentosos, muchos de ellos fichados ya por las organizaciones de las Grandes Ligas, y que están insertados en el sistema de granjas desarrollándose, creciendo como peloteros. Los nuestros, en cambio, ya son regulares en nuestra liga nacional y tienen tanto o más que aprender que aquellos.
Competencia tras competencia son los mismos errores: poca paciencia y escasa disciplina de los bateadores. No tengo el dato exacto, pero un porcentaje alto —altísimo— de swings fue a pitcheos fuera de zona de strike, y lo peor, le siguen yendo en exceso al primer envío; cuando la media en el mundo es entre 3.7 y 4 lanzamientos por vez al bate, los cubanos consumen menos de tres. Ahora no fue la excepción. Por los reportes de los scouts, el pitcher que puso Venezuela tiene una alta tasa de boletos, pese a su mortífera velocidad; sin embargo, los bateadores nuestros le tiraban a todo y rápido. Resultado, se perdió ese juego.
Puerto Rico invirtió la fórmula, apeló a un muchacho de menos de 90 millas por hora, pero muy preciso en el dominio de sus pitcheos en la zona baja. Nuestros jugadores no pudieron hacer los ajustes necesarios y 60 por ciento de los outs fueron en roletazos por el cuadro. Tampoco se ganó.
Conclusión: no se pudo con un pitcher rápido pero descontrolado, ni con el lento con control.
Hay un fundamento que nuestros peloteros (sobre todo los jóvenes) deben incorporar, y es que el béisbol no es la suma aritmética de las actuaciones individuales de los atletas; pareciera ingenuo decirlo, pero en la práctica se nota, y mucho más en los bateadores, que buscan la conexión grande antes que la solución correcta a una determinada situación de juego. Suelen mantener la misma potencia de swing en todos los conteos, ya sea ante rectas o rompimientos.
La deformación es profunda, de base. Allí donde deben estar los mejores técnicos y por donde debe comenzar la transformación urgente e integral. Una academia para talentos dotada con las mejores condiciones posibles puede ser parte de la estrategia para devolverle el esplendor a nuestra pelota y el orgullo a la afición.
No creo además que la responsabilidad de este debacle sea de Ariel Pestano. Él, como Pedro Luis Lazo, Orestes Kindelán y quizá dentro de poco Eduardo Paret y Carlos Tabares, entre otros que fueron excelentes jugadores, pueden llegar a ser grandes en el difícil rol de directores. Pero todo a su tiempo. La formación de un mentor es tan compleja como la de un atleta, y Cuba no dispone, lamentablemente, de una institución para enseñar a dirigir, en la que se dote a los candidatos de metodologías, técnicas, herramientas de comunicación, sicología, pedagogía y otras materas, incluida la sabermetría, imprescindible en el béisbol moderno si se quiere ganar y hacerlo con eficiencia.
Los éxitos no vienen por el camino de la improvisación, la suerte, la intuición, ni atados a conceptos añejos, como el reiterado toque de bola para avanzar corredores, cuando está probado por estadísticas en todas las ligas, de alto rango y de menos linaje, que la tendencia es a no producir los resultados deseados, y más si el que está en turno es el tercero, cuarto o quinto bates.
No todos son Pedro Jova, Alfonso Urquiola y Rey Vicente Anglada, por citar tres, que brillaron en el terreno y muy pronto llegaron al altar de los excelsos en el puesto de mando.
Este año, el sabor más agradable lo dejó la Serie de Caribe con un cuarto lugar bien ganado. Luego vino el nocaut ultrajante de Holanda en el Clásico Mundial, el Mundial sub-18 en que nos fuimos sin victorias de la superronda y ahora, en un torneo continental, hemos sufrido otra amarga decepción.
Pero más que la derrota lo lamentable es el cómo se pierde: los desenfoques tácticos, de concentración, de pensamiento, los problemas técnicos y la ausencia de lo mejor heredado de la escuela cubana de béisbol. Y no es asunto, reitero, de un campeonato.
Duele que la afición ya no sienta los fracasos como antes. Es como el verso: con tantos palos que te dio la vida…. Y lo que está en juego, para los cubanos, no es simplemente un deporte.
Al Panamericano de la categoría se llevó un equipo integrado por los mejores atletas disponibles. Con Víctor Víctor Mesa, ausente por lesión, y Leonel Segura, debido a decisiones de los estrategas al conformar la nómina, el resultado no creo que hubiera sido otro, pues las debilidades exhibidas en el certamen fueron de esencias, de conceptos, de formación, de cómo entender y jugar este deporte.
A Panamá acudieron las potencias del área (excepto Estados Unidos y Canadá, elencos que ya tienen su tique para la cita del orbe de 2018) con grupos de muchachos talentosos, muchos de ellos fichados ya por las organizaciones de las Grandes Ligas, y que están insertados en el sistema de granjas desarrollándose, creciendo como peloteros. Los nuestros, en cambio, ya son regulares en nuestra liga nacional y tienen tanto o más que aprender que aquellos.
Competencia tras competencia son los mismos errores: poca paciencia y escasa disciplina de los bateadores. No tengo el dato exacto, pero un porcentaje alto —altísimo— de swings fue a pitcheos fuera de zona de strike, y lo peor, le siguen yendo en exceso al primer envío; cuando la media en el mundo es entre 3.7 y 4 lanzamientos por vez al bate, los cubanos consumen menos de tres. Ahora no fue la excepción. Por los reportes de los scouts, el pitcher que puso Venezuela tiene una alta tasa de boletos, pese a su mortífera velocidad; sin embargo, los bateadores nuestros le tiraban a todo y rápido. Resultado, se perdió ese juego.
Puerto Rico invirtió la fórmula, apeló a un muchacho de menos de 90 millas por hora, pero muy preciso en el dominio de sus pitcheos en la zona baja. Nuestros jugadores no pudieron hacer los ajustes necesarios y 60 por ciento de los outs fueron en roletazos por el cuadro. Tampoco se ganó.
Conclusión: no se pudo con un pitcher rápido pero descontrolado, ni con el lento con control.
Hay un fundamento que nuestros peloteros (sobre todo los jóvenes) deben incorporar, y es que el béisbol no es la suma aritmética de las actuaciones individuales de los atletas; pareciera ingenuo decirlo, pero en la práctica se nota, y mucho más en los bateadores, que buscan la conexión grande antes que la solución correcta a una determinada situación de juego. Suelen mantener la misma potencia de swing en todos los conteos, ya sea ante rectas o rompimientos.
La deformación es profunda, de base. Allí donde deben estar los mejores técnicos y por donde debe comenzar la transformación urgente e integral. Una academia para talentos dotada con las mejores condiciones posibles puede ser parte de la estrategia para devolverle el esplendor a nuestra pelota y el orgullo a la afición.
No creo además que la responsabilidad de este debacle sea de Ariel Pestano. Él, como Pedro Luis Lazo, Orestes Kindelán y quizá dentro de poco Eduardo Paret y Carlos Tabares, entre otros que fueron excelentes jugadores, pueden llegar a ser grandes en el difícil rol de directores. Pero todo a su tiempo. La formación de un mentor es tan compleja como la de un atleta, y Cuba no dispone, lamentablemente, de una institución para enseñar a dirigir, en la que se dote a los candidatos de metodologías, técnicas, herramientas de comunicación, sicología, pedagogía y otras materas, incluida la sabermetría, imprescindible en el béisbol moderno si se quiere ganar y hacerlo con eficiencia.
Los éxitos no vienen por el camino de la improvisación, la suerte, la intuición, ni atados a conceptos añejos, como el reiterado toque de bola para avanzar corredores, cuando está probado por estadísticas en todas las ligas, de alto rango y de menos linaje, que la tendencia es a no producir los resultados deseados, y más si el que está en turno es el tercero, cuarto o quinto bates.
No todos son Pedro Jova, Alfonso Urquiola y Rey Vicente Anglada, por citar tres, que brillaron en el terreno y muy pronto llegaron al altar de los excelsos en el puesto de mando.
Este año, el sabor más agradable lo dejó la Serie de Caribe con un cuarto lugar bien ganado. Luego vino el nocaut ultrajante de Holanda en el Clásico Mundial, el Mundial sub-18 en que nos fuimos sin victorias de la superronda y ahora, en un torneo continental, hemos sufrido otra amarga decepción.
Pero más que la derrota lo lamentable es el cómo se pierde: los desenfoques tácticos, de concentración, de pensamiento, los problemas técnicos y la ausencia de lo mejor heredado de la escuela cubana de béisbol. Y no es asunto, reitero, de un campeonato.
Duele que la afición ya no sienta los fracasos como antes. Es como el verso: con tantos palos que te dio la vida…. Y lo que está en juego, para los cubanos, no es simplemente un deporte.