La polémica es a la pelota como la sal a la comida. Sin ella, el sabor sería tan insulso que no valdría la pena el esfuerzo de disfrutarla. Menos en estos tiempos de vacas flacas, dígase calidad ínfima denostada por un cúmulo de problemas reiterados hasta la saciedad. Por ello me permito opinar sobre un tema que, solo con mencionarse, desata el debate entre los fieles seguidores con que cuenta la pelota cubana, incluso a pesar de su decadencia: ¿Qué equipo tiene más títulos en Series Nacionales? ¿Una provincia debe contar sus coronas desde el cambio de nomenclatura o abarcando las 56 temporadas que se han jugado? Si algo está garantizado en la conversación es que el tono sea elevado.

De antemano, la primera interrogante regala la respuesta más contundente. Cuéntese como se cuente, las 12 coronas que reposan en las vitrinas del estadio Latinoamericano conceden a los Industriales el cartel -y el prestigio- de máximo ganador en Series Nacionales. No hay mucho que refutar hasta ahí, pese a probables ideas cargadas de fanatismo de algunos aficionados de Pinar o Santiago. La comidilla aparece precisamente cuando se busca el número de trofeos de quienes persiguen a los Azules.

Es algo que, por desgracia, ningún directivo u organizador de los clásicos nacionales se ha tomado el trabajo de aclarar. O quizás nadie ha querido provocar el tornado entre la afición. Industriales tiene 12 campeonatos pues, desde el inicio, ha lucido el mismo nombre en su uniforme. Industriales es La Habana y La Habana es Industriales hablando en lenguaje beisbolero. Sin embargo, cuando se dice que Pinar del Río ostenta diez coronas se desata el torbellino de opiniones discordantes.

Algunos aseguran que las Series deben contarse por separado, y los vueltabajeros no deben presumir de los trofeos de Vegueros a partir de los últimos años de la década del 70, hasta la sustitución de su nombre en lugar de Pinar del Río. A simple vista, el planteamiento es descabellado. Sería una injusticia grande como un roble despojar a una provincia de sus logros simplemente por un cambio en su identificación que ni siquiera a quienes se les ocurrió han podido explicar todavía.

En otros países, una ciudad solo pierde sus vellocinos si la franquicia es trasladada a otra urbe. Un fenómeno ajeno totalmente al deporte cubano. La disputa entre Pinar, Santiago, Villa Clara o el resto de los equipos siempre sería en desventaja con respecto, por ejemplo, a Industriales, pues estos no han disputado todas las Series Nacionales con el mismo nombre. Punto a favor de los Leones que debería ser tenido en cuenta. Lo más sensato sería juzgar los títulos por provincias.

¿Dónde está el problema en que Pinar (y utilizo a los verdes simplemente por ser el segundo del escalafón histórico) funda sus grandes hazañas con las de Vegueros? ¿Acaso en Vegueros no jugaban SOLO peloteros pinareños? ¿No fue el mismo Jorge Fuentes que guió a Pinar del Río al título en 1997, el que ya lo había hecho en más de una ocasión anteriormente con la franela de Vegueros?

Lo mismo sucede con Matanzas y sus Henequeneros y Citricultores, dueños de cinco hegemonías entre ambos, exclusivamente con jugadores de dicha provincia. ¿Por qué, entonces, los matanceros no pueden decir que archivan cinco coronas? El caso de Santiago y sus Serranos, o Villa Clara y Azucareros aporta un detalle diferente, puesto que sus conjuntos no solo representaban una provincia, sino una zona que abarcaba territorios vecinos. Aquí el caso es distinto. Yo no sumaría sus títulos.

En definitiva, la conclusión más evidente de este rompecabezas es que contar por separado los trofeos de los conjuntos cubanos que un día fueron forzados a cambiar su identificación, sería convertir en cenizas algunos de los pasajes más sobresalientes del béisbol en esta isla caribeña. Son nombres que constituyen un pedazo imborrable de la historia de la pelota cubana y merecen respeto.

Entonces me quedo, definitivamente, con la tabla que refleja a Industriales en la cima con 12 coronas, con los pinareños respirándole en la nuca con diez. Al fin y al cabo, si lo que se busca es espectáculo, qué mejor que una disputa cerrada por la supremacía histórica entre dos de los grandes equipos de Cuba. Avivar nuevamente esa rivalidad sería un paso gigantesco en aras de dotar a la pelota cubana de esa magia que un día tuvo y hoy por desgracia ha perdido casi en su totalidad.